Maderadas y Gancheros por los ríos de España.
Con especial referencia a los ríos Cabriel, Júcar/Xúquer y Turia.
Por Juan Piqueras
La conducción de madera por algunos ríos españoles fue una actividad habitual al menos
desde los tiempos de la dominación musulmana hasta mediados del siglo XX.
Su historia ha estado marcada por la evolución del consumo de madera y por las innovaciones
en los medios de transporte. Como fue la demanda de madera para la construcción de
edificios, de astilleros (con dos períodos de auge, siglo XVI y segunda mitad del XVIII, gracias a
las políticas de rearme naval), para la industria del mueble (importante en la ciudad de
Valencia), la carpintería de envases de madera (que cobró fuerza a partir de 1850,
coincidiendo con el aumento de las exportaciones de pasas, naranjas y vino), y, entre otras,
para el consumo de traviesas de ferrocarril, postes de telégrafo y teléfono, vigas de minas…
La organización de las tareas de corta y conducción de la madera por los ríos dio lugar a
formas muy peculiares de trabajo. En los ríos pirenaicos que desaguan en el Ebro prevaleció el
sistema de “balsas flotantes” construidas con los propios troncos transportados (“almadías”,
“navatas”, “rais”) para cuya conducción sólo se requerían unos pocos hombres.
En los ríos Tajo, Turia, Júcar, Guadalquivir y Segura el modelo, seguramente heredado de los
musulmanes, fue el de troncos sueltos conducidos a miles en larguísimas “maderadas” en las
que se empleaban centenares de operarios, llamados “gancheros” por la vara de avellano con
punta y gancho de hierro del que se servían para dirigir la flotación de los troncos. Gobernar a
aquella elevada cantidad de gancheros sólo fue posible mediante una organización laboral
jerarquizada y una disciplina que llamó la atención a más de un tratadista y escritor.
En el siglo XIX uno de los primeros autores que escribió sobre el tema fue el botánico don
Simón de Rojas Clemente y Rubio, sabio valenciano, en su Historia Natural de la Villa de
Titaguas (1825), uno de los pueblos que aportó gancheros a las conducciones y leñadores a los
cortes de pino en su término, surcado por el río Turia.
A mediados de siglo fue Joaquín Pardo de la Casta, un abogado nacido en Chelva, pueblo
famoso por sus “gancheros”, quien escribió la primera monografía, aunque breve, sobre la
vida y trabajos de “Los Madereros” de su pueblo natal.
El futuro “ganchero” era iniciado en aquel oficio desde su más tierna infancia. Con tan sólo
cuatro o cinco años sus padres y hermanos mayores se lo llevaban a la “maderada” para que
sirviera primero como “rancherillo” (ayudante del “ranchero” o cocinero) y luego, con ocho o
diez años, cono “gancherillo”. A los catorce o quince ya era un experto “ganchero” y antes de
cumplir los veinte podía haber ascendido a “cuadrillero” y mandar una cuadrilla o campaña de
ocho o diez “gancheros”. Sólo unos pocos muy experimentados podían llegar a ser “maestros
de río”, es decir, jefes supremos de una “maderada”. Sus salarios iban en aumentado con los
ascensos de categoría, y todos, desde el niño más joven hasta el hombre más adulto, tenían
derecho a unas raciones diarias de pan, vino, aceite y sal. Como los niños no solían consumirlas
enteramente, sus padres canjeaban los boletos de sus raciones por dinero o por otros
alimentos que compraban en la tienda que acompañaba a la “maderada” en todo su recorrido.
Las familias de los “gancheros” obtenían así un suplemento salarial y además ahorraban en sus
casas una boca que alimentar. A los empresarios esta práctica también les convenia, ya que a
cambio de alimentar a aquellas criaturas y darles incluso una pequeña cantidad de dinero, se
aseguraban el relevo de una mano de obra experimentada.
(Extraído del libro de Juan Piqueras y Carme Sanchis “Maderadas y Gancheros por los ríos de
España. Con especial referencia a los ríos Cabriel, Júcar/Xúquer y Turia. Editorial Arcís, 2023)
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